Tras terminar las clases, Juliet se fue a casa, y cuando entró no había nadie. Le resultó extraño, porque siempre que llegaba a casa todos estaban allí, sus padres y su hermano, y cuando se iban y no se encontrarían en casa siempre avisaban antes de que se fuera al instituto.
«Hola, Juliet» Juliet saltó del susto que le pegó su abuela. Que su abuela estuviera allí no tenía mucho sentido, ya que ella vivía a 250 kilómetros de aquel lugar. «¿Ha ocurrido algo?» preguntó Juliet asustada, a lo que su abuela respondió «Ay, cariño», la abrazó fuerte y siguió hablando. «Tu hermano, que ha enfermado de repente, le ha subido tanto pero tanto la fiebre que no dejaba de desmayarse, y ha perdido el conocimiento, por lo que se lo han llevado al hospital de las Nieves. No te preocupes, en unos días volverán tus padres, mientras tanto yo cuidaré de ti, pequeña.» Juliet se quedó asombrada al oír aquel nombre, y le preguntó con mucho entusiasmo si podrían ir allí, a lo que su abuela se negó en rotundo, y le obligó a comerse un plato de lentejas, unas natillas de chocolate e irse a hacer las tareas.
Juliet, a las 5 aproximadamente, se fue a su cuarto, a empezar a repasar matemáticas. No podía dejar de pensar en la profesora, y en su hermano, por supuesto. Cada problema que resolvía de matemáticas, eran dudas que se le venían a la cabeza. Miró la caja, y pensó en escribir un deseo, el que su hermano se curase. Pero había un problema, su abuela era muy cuidadosa, y quería lo mejor para ella, y la obligaba a quedarse en casa costase lo que costase, por lo que daría igual que se recuperase, ella se quedaría allí, encerrada. Solo había una solución: debía de escapar por la ventana para ir a ver a la profesora, y a su hermano.
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