Usain Bolt nació en el seno de una familia pudiente si se compara con la pobreza que asola a la isla caribeña. De niño, su crecimiento fue espectacular, lo que, unido a una alimentación desequilibrada, le provocó una escoliosis; pero, aun así, corría como un galgo. No empezaron a tratarle la anomalía hasta que, a los quince años, se convirtió en el campeón júnior del mundo más joven de la historia en 200 metros.
En aquella época apenas se entrenaba. Cuando lo hacía, se escapaba de pronto para jugar al críquet o al baloncesto. Asafa Powell, consciente de las cualidades de aquel adolescente, lo convenció para que se entrenase y no malgastase sus fuerzas de fiesta en fiesta y en otros deportes. Lo suyo era correr lo más rápido posible. Su ídolo, aparte de Powell, era una leyenda jamaicana, Don Quarrie, porque era un experto en la curva de los 200 metros.
Como todos los niños de la isla caribeña, en la escuela primaria ya se dedicaba a correr, el deporte que más gusta a los jamaicanos, hasta el punto de que una simple competición escolar congrega a más de veinte mil espectadores. Los jamaicanos entrenan sobre hierba y descalzos, practicando la velocidad.
Alto y fibroso, su constitución no se correspondía con la musculatura de los últimos grandes velocistas. Por eso su entrenador, hizo lo posible por alejarlo del hectómetro y centrarlo en los 200 metros: siendo tan alto, su salida de los tacos era lenta. Pero Bolt, afortunadamente para el atletismo, no le hizo caso.
Es especialista en pruebas de velocidad. Es sin duda una de las estrellas que más brillaron en los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008. Su extraordinaria velocidad y la aparente facilidad con que consiguió tres medallas de oro y tres récords mundiales impresionaron al mundo entero y lo consagraron como el velocista más completo de la historia.
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